Miercoles por la tarde, asistimos tan entusiasmados como siempre a clase, pero una sorpresa nos deparaba: los compañeros nos informan de que "tal vez" ( y es que esto es así, FLEXIBILITY) el viernes y el sábado no iba a haber clase. Nos lo confirmarían el jueves.
Ante esta buena noticia, nos planteamos cambiar de destino y cambiar Mysore (el destino previamente elegido) por uno más lejano: Hampi.Comenzamos a preprar el viaje. Bus y tren vs Taxi.
Los dos primeros, tardaban unas 9 horas y no nos dejaban en el mismo pueblo. El taxi por el contrario, quedaba a nuestra disposición durante toda la estancia, recorria el trayecto en unas 7 horas y no era excesivamente caro.
Decidimos escoger el taxi y salir el mismo jueves por la noche a las 2 de la madrugada, para poder ir dormidos y aprovechar todo el viernes, dejando en ascuas a Juan con el partido del Baskonia.
Sin embargo, no todo el mundo pudo dormir. El piloto, un autentiko kamikaze, nos proporcionó horas de diversión, miedo y dosis de adrenalina.
Locura en las tinieblas: cruce constante de luces, adelantamientos por el arcen, desviaciones constantes de la carretera...
Día 1
Llegamos al hotel, que estaba perdido en el rincón más alejado de la ciudad. Tuvimos que cruzar el rio que divide la ciudad para llegar al mismo, y por supuesto, ahí estaban los más espabilados locales para aprovecharse de los más tontos turistas (esos, somos nosotros).
Mientras uno pretendría vendernos un mapa de la ciudad, qué más bien parecía un mapa de un parque de atracciones, otro se ofreció a llevarnos al hotel.
Los seis montados en un rickshaw aprovechamos a grabar un vídeo tipo Call Of Duty (en breves).
Llegamos al hotel y la primera impresión fue chocante: cabañas de madera, somier de mármol y un baño donde cagar, ducharse y lavarse los dientes es posible.
Sin embargo, solo necesitamos un vistazo a nuestro alrededor para quedar maravillados y satisfechos: Paraíso Natural.
Además pudimos tomar un desayuno continental compuesto de: fruta, huevos, tostadas, zumo y cafe/té. Todo ello, por el módico precio de 1,5€!!
Todas las ruinas y templos de la ciudad, estaban dispersos. Simplemente para bajar del hotel al pueblo, teníamos que andar unos cuantos kilometros, por lo que decidimos alquilar unas motos (tras mucho deliberarlo, ya que también existía la opción de las bicis).
En el hostal, nos dieron un mapa hecho a mano, "muy util" y "legible". Eso sí, con Copyright.
Como no teníamos ni idea de a donde ir, decidimos que la carretera y la mano del destino eligiese por nosotros, y es así como llegamos a la primera parada: Mokey Temple, que no se llamaba así, pero bueno, a nosotros y a un holandés muy majete que conocimos nos gusto el nombre y así lo bautizamos.
Muy expertos en el arte del motociclismo, decidimos dejar las llaves puestas, mientras subíamos al templo, que se encontraba en lo alto de colina de piedra.
Para acceder a el, tuvimos que subir muchas escaleras, más que en San Juan de Gaztelugatxe. Una china no podía más y se estaba ahogando, pero con nuestros animos al fin alcanzó la meta.
El templo en sí, era una autentia mierda...pero las vistas lo compensaban todo.
Tampoco se paseaban muchos monos, aún así, el nombre sigue gustando: Monkey Temple.
Fue en la cima, pasados unos minutos, cuando nos dimos cuenta de que las llaves estaban puestas en la moto. Por suerte, con lo que nos alcanzaba la vista, llegamos a comprobar, que todavía no nos la habían robado.
Velozmente bajamos a por ella. Hubo suerte y seguía ahi, pero no conseguíamos arrancarla. Un local, nos ayudó a ponernos en marcha.
El holandés, nos comentó que había un bonito lago para bañarnos, y que merecía la pena. Había dos rutas. La corta, suponía retroceder el camino andado, el largo, pasearnos entre nuevos senderos.
Decidimos optar por la segunda opción.
Eramos muy felices, recorriendo kilometros entre bellos paisajes exóticos y llenos de arrozales, hasta que una de las motos hizo kaput! (gripó para los sabios).
No nos quedó más remedio, que ir a buscar al dueño de las motos para comentarle lo sucedido. un "precioso" viaje de 1 hora teniendo en cuenta la ida y la vuelta.
El dueño, un hombre muy chistoso, qué vendía ganja, no paraba de hacer ruiditos y decir tonterías durante el trayecto...es lo que tiene pasarse con la farlopa.
Cuando nos encontramos, se produjo una curiosa negociación: alegando que eramos ricos, quería que le pagásemos el transporte de vuelta a su tienda.
Arreglado el asunto y con moto nueva, continuamos en nuestra búsqueda del Lago Fantástico. Cruzamos todo Hampi hasta encontrarnos con la carretera principal. ¡Creo que nos hemos equivocado, por aquí, poco lago!.
Vuelta atrás, hasta el principio, para descubrir que el lago estaba a 10 pasos de nuestro hotel.
Gratificante bañito en ropa interior, y expectación a la tangana ambulante que montaron unos indios.
Y no es de extrañar, puesto que más de uno iría "contento". Estábamos sentados, secándonos bajo el sol, cuando un zagal se nos acercó a vender un poquito de ganja. A nuestro entender, este chico vivía entre varios mundos, lo mismo te miraba a ti, como miraba a la luna.
En un descuido, vio que habíamos echado un envoltorio de chocolatina al suelo (el envoltorio, puesto que ya nos habíamos comido la chocolatina derretida) y se lanzó a por él como buitre a por carroña. Lo lamió y lo volvió a relamer. no a gusto, quisó más emoción, e intentó darle un masaje a Ainara, tras perguntarle si su pelo era rojo. Empezó a acecharla cuando San Alejo, "El Salvador", emitió un gruñido agresivo y condundente, acompañado de una mirada fulminante.
Ante eso, no le quedó otra que huir con el rabo entre las piernas. Eso o irse a fumar unos porros el solo por ahí.
Cuando llegamos al hotel, el dueño, nos aconsejo ir a un lugar secreto a ver la puesta de sol. Su hijo nos acompañó, y la verdad es que el sitio, era idílico.
Para finalizar el día, que mejor cosa, que bajar al pueblo, tirarse en el suelo en bares hippies, tomarse unas cervezas "proihibidas" que te las hacen esconder y cenar como dioses.
Día 2
Subimos a lo alto de otra colina para ver otro templo. Después subimos a otra cima más alta y nos encontramos con él: El puto amo.
Un anciano, que chapurreba el inglés y que decidió autocontratarse como guía (abandonó a su mujer para acompañarnos) y mostrarnos la Cobra House.
Descendimos por una gruta, una especie de sifón seco, para llegar a una especie de santuario. Ahí comenzó el show. Difícil de describirlo con palabras, así que os dejamos unas fotos.
Después cruzamos el rio, en un barco especial destinado a transportar motos. Al lado, podíamos observar el viejo punte, "casualmente" derruido.
Ya en el otro lado, decidimos proseguir sin rumbo fijo con nuestro tour.
Vimos un montón de templos en ruinas, bajo un sol abrasador que se encargó de rematarnos y dejarnos como cangrejos. Hoy es el día que seguimos mudando la piel.
Lo mas interesante, que Ruiz y Uriarte se la metieron.
Entre tanta ruina, también pudimos apreciar vistas y templos dignos de admiración. El último del día, resultó impactante.
En él, volvimos a coincidir con el holandés. Quiso que le sacáramos una foto. Ruiz se prestó a ello, pero el holandés, parece que no se fiaba mucho. Le marcó el lugar, la posición, el zoom...vamos todo para que Ruiz no tuviera nada que hacer, más que apretar el botón.
El final del día, como el anterior: zumos, y cena esplendida.
Día 3
Madrugón con intensa despedida: Juan enbistió a las chicas con la moto. Tranquilos, no hubo ningún herido.
Cruzamos el río, para juntarnos con el taxista, y dejarle las mochilas, con intencíon de aprovechar el día más comodos y sin bultos.
En ello andabamos, cuando la elefanta, protectora de los templos, pasó a nuestro lado, bajando las escaleras. fue entonces cuando comprendimos el por qué de las escaleras tan anchas y altas.
El elefante se metió en el agua para su baño matinal. Algunos afortunados pudieron limpiarlo y recibir una ducha de su trompa. Uriarte lo intentó, pero inteligente de él, se acercó en los últimos 5 minutos, cuando el elefante se disponía a marcharse.
Fuimos a buscar el templo de Vittala. 2km bajo el sol. Ya nos gustaría ver aqui, al último superviviente.
Llegamos, lo vimos, nos hicimos unas fotos con los curiosos indios, y nos enteramos que los templos más cercanos estaban a unos 5km. Imposible ir a pie, por lo que comenzamos nuestra retirada.
Visitamos el bazaar y comimos en un restaurante local. Mientras esperabamos que llegaran nuestros platos, veíamos un partido de cricket y reinventabamos el juego.
Explorador como el solo, Uriarte, decidió comerse un Momo sin saber que era, y así le fue: un plato con forma de boñuelo, con relleno de huevo, escaso y bastante insípido.
Despúes de comer, nos dirigimos hacia el taxi. Juan sintió la llamada de la selva, y tuvo que internarse en ella a dejar su tarjeta de visita.
Vuelta a casa, casa con frenético viaje.
Extra: ¿a qué se parece?
Sublime como siempre. Muy fan de este blog. Ojalá me deje seguiros desde china chavales. Un abrazo!
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