Cogimos un rickshaw para llegar a la estación de trenes y coger el último tren que nos dejaría en nuestro último destino indio: Calcuta.
Salimos a la calle a las 3:30 de la madrugada y a pesar de que en las cercanías de nuestro hotel no había nadie, a medida que nos acercábamos a la estación, vimos calles concurridas y comprobamos que la ciudad de Varanasi, nunca duerme.
El tren debía de salir a las 5:30, pero se demoró muchísimo, y terminamos subiéndonos a él a las 9 de la mañana. 3,5 horas tirados en la estación contemplando el tránsito de la gente; al menos nos consoló que viajamos en 1ª clase a todo confort. En cuanto subimos, cogimos cama y nos echamos una pequeña siesta.
Cuando llegamos a la impresionante y elegante estación de Calcuta, ya era de noche. Negociamos un taxi clandestino y partimos hacia el hotel, puesto que el albergue que nos alojaría, tenía cierre a las 22:00.
Al llegar al hotel comprobamos que mucho inglés no sabían. Preguntamos si existía wifi, y nos dijeron que si pero con un horario un poco extraño: de 10 de la mañana a 9 de la noche; y al preguntarles por el password nos contestaron: yes, yes... Conclusión, que a saber que nos entendieron, porque ahí, no había servicio de internet.
Al día siguiente, visitamos los monumentos más importantes de la ciudad, la herencia británica.
Primero pasamos por la iglesia de St. Paul y luego vimos el Palacio en memoria de la reina Victoria. Este último era impresionante, tanto por el edificio en sí, como por sus jardines.
Dentro del palacio, gozamos de cuadros, esculturas y lecciones de historia.
Fue gracioso ver que los seguratas no permitían acercarse a los cuadros, pero en cambio no les molestaba que un pájaro hubiera hecho un nido en un alfeizar entre cuadros.
A la salida del palacio, observamos la estatua dedicada a Indira Ghandi y decidimos ir a la oficina de turismo, para pedir el permiso de entrada al Marble Palace.
En busca de esta oficina comenzó la que sería nuestra rutina en esta ciudad: andar de una lado a otro como pollos mareados por las contradicciones en las señalizaciones que nos daban los viandantes.
Preguntábamos a uno y nos mandaba a la izquierda. Después de 100m volvíamos a preguntar y nos mandaban a la derecha. Nadie tenía ni puta idea, pero en vez de decírtelo, preferían inventarse algo... y es que amigos, india es un país donde la imaginación prevalece ante todo.
Al fin encontramos la oficina, y tras conseguir el permiso y comer, nos dirigimos hacia la casa de Teresa de Calcuta.
Volvimos a patear y a patear, en rumbos equivocados muchas veces, y cuando llegamos a la casa, era la hora de cerrar. Sin embargo, las monjas nos permitieron entrar y alargar nuestra visita fuera del horario permitido.
Pudimos ver el que fue el hogar de esta caritativa señora y la que fue su última alcoba. También nos paseamos por el pequeño museo en el que contaba su vida e historia, ilustrado con imágenes y artículos personales. Para finalizar, vimos su tumba, que se encuentra en una de las habitaciones del recinto.
A la salida, fuimos a buscar el New market y la Clock Tower, que resultó ser un chasco. Nada atractivo, aunque el mercado tenía algo de gracia.
Cercano a la torre, había un restaurante español donde pudimos degustar croquetas, pan-tomaca y tortilla de patatas entre otros.
Una delicia para hambrientos peregrinos que llevaban 4 meses sin probar gastronomía hispana.
El segundo día no tuvo gran cosa. Empezamos con la casa de Tagore, un artista contemporáneo indio local. Su choza era impresionante y pasamos gran parte de la mañana recorriendo sus salas que ahora son museos.
No había nadie más, y parecía que el museo lo habían abierto solo para nosotros. Tenía objetos personales de Tagore, algunos poemas y varios cuadros, además de fragmentos informativos de su vida.
Después de esta visita, fuimos a ver las otras recomendaciones de la guía que eran: sinagogas, iglesias mezquitas y los ghats.
Ninguna tenía nada especial, excepto los ghats. Los ghats, eran mucho más pobres a los que habíamos visto con anterioridad, y nos sirvió para llevarnos una estampa de la india que está una poco más alejada de la alegría.
El último monumento que nos quedaba por ver ese día, fue el de Lenin. Una estatua que vimos a lo lejos, ¡y tan a lo lejos! puesto que el parque estaba vallado y no permitían su entrada. Así que supimos que era Lenin porque lo ponía en la imagen ya que alejados como estábamos, poco pudimos distinguir.
El tercer día, acudimos al Marble Palace donde nos dijeron que había una fiesta privada y que no podíamos entrar; que volviésemos más tarde.
Para hacer tiempo, algunos fuimos a un templo donde degollaban cabras y otros al planetario.
Nos volvimos a juntar en el palacio del mármol a la hora pactada. El segurata nos pidió el permiso y nos dijo que a la salida le tendríamos que dar propina. ¿Propina de qué? ¡Por pedir qué no falte!
Los jardines que rodean el palacio, son espectaculares, una maravilla que hasta tienen un zoo propio con pájaros, ciervos, monos y algún que otro animal.
El interior también es magnífico, lástima que un guía que se autocontrata es obligatorio y te chafa la visita. No te permite ver las cosas con tranquilidad, te mete presión para cambiar de habitación, y las explicaciones que da son una basura: esto es un jarrón chino, este es un jarrón romano...
No te me hernies y no me expliques de que época son ni me digas qué valor tienen todo lo demás que nos rodea, que es bastante más imponente que un maldito jarrón, no vaya a ser que te de un infarto.
A la salida, el guardia estaba despistado, por lo que aprovechamos a salir pitando para no tener que darle ni un duro.
Para pasar la tarde, decidimos ir a visitar un palacio que se encontraba al otro lado del río. Para ello, tuvimos que patear mucho hasta llegar al embarcadero y por el camino nos encontramos con Avatar.
Una vez en la plataforma para coger el ferry, nos sorprendimos ya que cuando llegó el barco nadie colocó ninguna escalera ni apoyo para subir al barco. Fue auténtico ver a la gente empujándose como siempre, y subiéndose por los salvavidas amarrados en los barcos.
Ya en la otra orilla, comenzó a llover, la primera tormenta que tuvimos en el viaje y al oscurecerse el cielo, decidimos que era mejor regresar al centro y pasarnos por el restaurante español por última vez antes de volver a adentrarnos en las gastronomías místicas de estos países.
Así nos despedimos de Calcuta, la que era nuestro punto de salida de la India, nuestro último destino en este mágico país.
La ciudad en sí no tenía mucho que ver es aspectos turísticos. Fue diferente a las ciudades que habíamos visto anteriormente, pero agradecimos mucho patear sus calles y perdernos entre sus laberintos.
Tiene fama de ser una ciudad muy pobre. No sabemos si es que ha prosperado en los últimos años o es que se nos ha anestesiado el cerebro después de 4 meses.
Recorrimos los barrios ricos, donde había aceras, los coches circulaban con orden y los sarees no existían puesto que las mujeres vestían como los occidentales; pero también anduvimos por los barrios menos afortunados, donde muchas de las casas están hechas de adobe, y a pesar de ver gente pidiendo, no se mascaba ese sufrimiento ni pobreza que pensábamos encontrar.
No obstante, también es verdad que hemos visto alguna de las cosas más impactantes, como gente bañándose en desagües en medio de la calle, tanto de día como de noche.
Sí, era visible otro tipo de pobreza, mucho menos importante pero apreciable en cada rincón de la ciudad. Calcuta había sido la capital del país, y fue regentada por los mandamases británicos; cosa que hizo que se invirtiera muchísimo dinero en la ciudad.
En aquellos tiempos, la ciudad prosperó y se erigieron grandiosas construcciones, dignas de contemplación.
Sin embargo, llego un día en el que el dinero se acabó, y se dejó de alimentar aquellas edificaciones dejándolas a su suerte.
Hoy, los cimientos de aquellos inmuebles, se tambalean y amenazan con demolerse en la inmundicia y la dejadez.
Al día siguiente, empaquetamos las mochilas, y fuimos en busca de algún rickshaw o taxi que nos acercara al aeropuerto para coger el avión destino Kathmandú, Nepal.
A parte de la escasez de vehículos que pasaban, los precios que nos ofrecían eran desorbitados. Un chico muy amable, se acercó y se ofreció a ayudarnos guiándonos hasta el autobús que te dejaba en el aeropuerto a un precio irrisorio.
Un chaval de lo más amable, que le estamos realmente agradecidos. Al preguntarnos a dónde íbamos y decirle que a Nepal, nos contestó que él era de ahí...nuestra aventura en el segundo país, ¡comenzaba en ese mismo instante!
Pero no nos gustaría despedir esta entrada sin decirle agur a este país llamado India que ha sido nuestro hogar durante 5 meses y que tanto nos ha enseñado.
Hemos disfrutado mucho de ti, y hemos aprendido mucho, en todos los ámbitos de nuestra vida.
¡Besarkada handi bat eta hurrengo arte India!