miércoles, 26 de junio de 2013

Despedida

Llegó el final del viaje y con él final del blog.

Muchas historias se han quedado en la memoria por lo que estaremos encantados de compartirlas con vosotros, acompañandolas siempre, de todas esas fotos, unas 8000, que todavía no han visto la luz.

Y poco más nos queda por decir.

Aprovecho estas últimas líneas para agradecer a los lectores el haber seguido nuestros pasajes; habéis sido el motor que ha impulsado a esta máquina de escribir.

¡Muchas gracias por compartir vuestro tiempo con nosotros!

Y a vosotros, compañeros de viaje y coautores de blog, simplemente os digo que no imagino mejores compañeros de fatiga. Ha sido todo un lujo haber viajado con vosotros.
Por todo lo que hemos vivido...ESKERRIK ASKO!



Va por vosotros:

Corrías en buenos campos
y te hinchabas a pastar
De la noche a la mañana
secuestrada en un jeep militar
Te soltaron en Bangalore
en un caos demencial
Y asombrada te preguntas
ahora donde voy a zampar

¡Tula!
Levántate y muge
¡Tula!
Levántate ya!

 




7 días en el Tibet



Al fin llegamos al Tibet, territorio misterioso, territorio inexplorado, cuna del budismo y nuestra última parada del viaje.


Solo pudimos entrar en el país con visado de grupo y viaje organizado. Detallito: el visado consta de dos papeles, uno para la entrada y otro para salir; de modo que oficialmente tú no has estado en el país ya que no tienes ningún sello para demostrarlo. Esta es una muestra del control que existe en el país por parte de China y de la opresión que sufren los Tibetanos.

Ante nuestras insistentes preguntas, nuestra guía, Pimba, nos fue relatando a lo largo del viaje, entre sollozos y miedo, la situación insostenible en la que están inmersos.



El viaje estuvo dividido en 2 partes. La primera consistió en ver templos budistas. En todos ellos, nos fuimos empapando sobre la religión del budismo; y así conocimos al Buda del pasado, presente y futuro.
También a Milarepa, el más grande de todos, puesto que llegó al nirvana en una sola vida.
De entre todos los templos, os mostraremos Potala, aunque hubo muchos más.



Este sitio era impresionante, la fotos hablan por sí solas.


Además enfrente, había una plaza preciosa (lástima toda la presencia policial y militar), donde todas las tarde se reunía multitud de gente a bailar.



El primer día nos llovió, pero no nos impidió bailar bajo la lluvia y hacer un poco el gamberro, sobre todo cuando llegamos al restaurante, calados hasta los huesos y nos hicimos varias fotos con un Yak, majestuoso animal donde los haya.



El segundo tramo del viaje, lo realizamos por los pasos más altos del mundo, entre las faldas de los gigantes de piedra que asoman sus cabezas casposas entre las nubes.

Una vez más, las nubes nos impidieron ver las cimas de varios montes, como la del Everest, sin embargo, a 5200m de altura, sigue siendo impresionante.



No lo hemos comentado antes, pero fue muy gracioso ver el efecto que tuvo la altura en nosotros. Según pisamos las zonas más bajas del Tibet, la cabeza nos empezó a doler, nos costaba respirar, nos meábamos continuamente y la fatiga era enorme.

Simplemente andando, ya parecía que habíamos corrido un maratón.

Gracias a Buda, cuando alcanzamos el punto más alto, ya éramos unos profesionales, y nos atrevíamos a echar unas carreritas.



También nos gustaría comentar el caso de los hoteles, ya que pasamos de estar en hoteles de lujo, a terminar en tugurios que no tenían ni ducha ni lavabo. Y si querías hacer de vientre… ¡ponte de cuclillas y suelta tus entrañas en una zanja! ¡Toda una experiencia!

En cuanto al tema político, represión y opresión del Tibet…lo vamos a dejar, no vaya a ser que nos censuren el viaje. Pero quedamos a vuestra disposición para contaros cuanta injusticia se da en el mundo.



Y ya para finalizar, deciros que los paisajes que vimos en todo el viaje fueron simplemente únicos y espectaculares. Difícilmente descriptibles, nos dejaron un sabor de boca maravilloso qué ha hecho simbiosis con la mente para no borrarse jamás.  





Pokhara, Nepal



Otra de las paradas de Nepal, fue Pokhara, donde pudimos sentirnos en comunión con la naturaleza.

El viaje fue largo, y la llegada, triste, puesto que estaba lloviendo a cántaros y había una niebla fantasmagórica, tiempo, que perjudicaría la visibilidad de los Annapurnas.

En cuanto llegamos, pedimos que nos dieran de comer en el hotel. Tardaron en servirnos unas 2h, con la excusa de que los ingredientes eran “fresh”.

Debe ser que como Arguiñano, fueron a la huerta en busca de lo mejor.

La mañana siguiente, estuvo más despejada y no llovía, así que a eso de las 4:30 de la mañana, nos levantamos y fuimos a la cima del  Saranghot. En el trayecto nos encontramos con un chucho que pedía continuamente que le acariciases, y en cuanto parabas, te rascaba con su pata para que siguieses y no parases.



El amanecer fue algo espléndido. Fue una pena que las nubes nos perjudicasen y no nos permitiesen ver a los gigantes ochomiles en toda su grandiosidad. Pero entre claro y claro pudimos contemplar las cimas, muchas de ellas nevadas.

En esos momentos, te sientes el rey del mundo. Calma, rodeado de majestuosas montañas, y todo un paraje natural ante ti.



Juan y Uriarte habían acordado ir a hacer parapente por lo que tocaba regresar al campamento base.
La bajada de una hora y media, fue auténtica, ya que descendíamos la colina entre bosques y riachuelos.
El cuanto al parapente… fue un poco accidentado.

Volvimos a encaramar la cima del Saranghot, esta vez acompañados de los tutores que nos guiarían en el vuelo y de dos chinas que iban con una vestimenta más apropiada para ir de compras que para sobrevolar los Annapurnas.

Juan fue el primero en lanzarse, y al segundo de echarse, una manta de niebla lo raptó.
Las corrientes no jugaban a su favor, no veía nada, y para colmo el monitor le preguntó si sabía nadar. La muerte acechaba. Afortunadamente, no pasó nada grave, exceptuando el aterrizaje forzoso, y Juan pudo disfrutar de un viaje breve pero intenso y movidito.

Uriarte, en cambio tuvo suerte y pudo disfrutar de un viaje tranquilo contemplando la frondosidad de los bosques y el verde que se fusionaba con el azul del lago.



Eso sí, tuvo que estar esperando alrededor de 2 horas sentado en la cima viendo el tiempo pasar, esperando a que despejara.

Al menos tuvo como entretenimiento a las chinas, que no se enteraban de nada, y no comprendían las instrucciones del monitor. Tal fue su empanada, que una de ellas saltó cuando no debía y se metió una hostia que por poco le parte las piernas.

Ya abajo, todos juntos, decidimos ir a la estupa que se encontraba en un monte en medio del lago.
Alquilamos unos botes por unas horas y nos pusimos a remar. Rema que te rema.




Llegamos a la orilla, atracamos y comenzamos a subir escaleras, tantas como 45 minutos te permiten.
Agotados, al fin llegamos a la cima y vimos la estupa de la Paz Mundial.




Dimos una vueltilla, vimos Pokhara, que quedaba a nuestros pies y descendimos para comer, que eran las 4 de la tarde y ya había gusa; llevábamos 12 horas despiertos. 

De la comida mejor no hablamos, lo que no estaba picante, era artificial, como el chopsuey que parecían gusanitos, y lo mejor de todo, estábamos rodeados de gallinas que no dudaban en saltar a nuestros regazos y a la mesa en busca de comida guiados por su gula.

Una vez malcomidos, cogimos los botes y de nuevo, rema que te rema, que llegábamos tarde a la entrega de los mismos, y no queríamos pagar penalizaciones.

En cuanto atracamos, fuimos a por bicicletas, y nos dirigimos a ver las cataratas, las Devil Falls.





Cuando llegamos, tenían poco agua y no eran tan alucinantes, aunque hemos de admitir que con agua tienen que estar muy bien. Por mucho que nos asomábamos, no veíamos el fondo.

A la salida, hablamos con unos tibetanos, que nos comentaron un poco la situación del país, y lo que nos encontraríamos.

Un pequeño entrante, para nuestra próxima visita.

Kathmandú, Nepal



Nos bajamos del avión y un empleado del hotel nos esperaba con un cartelito. Según nos presentamos, nos colgó un collar de flores: namasté.



Al comenzar a poner nuestras mochilas en la baca del coche, un grupo de nepalíes nos ayudó. Supusimos que eran trabajadores del hotel, o del aeropuerto o simples transeúntes con mucha amabilidad.

Pero seguido nos pidieron propina y nos se conformaban cualquier cosa. La forma de pedírnosla además, fue bastante intimidatoria, ya que nos arrinconaban o encerraban en un círculo.

Resultó que no eran compañeros de nuestro chófer, sino una banda de estafadores que en cuestión de 2 minutos nos robaron con elegancia y sutileza.

Tras pasar por el hotel, fuimos a la oficina de viaje para finiquitar el último papeleo necesario para ir a Tibet y el jefe, Mikel, un euskadun muy majo asentado en Kathmandú, nos informó sobre que visitar los próximos días.  

Así pues, fuimos a visitar Durbar Square, una plaza en la que a partir de las 7 de la tarde no cobran por entrar. Mucho sentido no tiene que cobren, la verdad, ya que hay mil callejuelas sin controlar por las que te puedes colar.

La plaza estaba rodeada por antiguas edificaciones y algunos santuarios. Muy bonita la verdad.
También fue curioso ver que esta plaza, en el centro de la ciudad y una de las principales atracciones turísticas era una de las cunas de la pobreza de la ciudad, puesto que la mayoría de gente sin hogar vivía en ella. También vimos mucha gente aquí, bajo los efectos de la droga y el alcohol.

Al día siguiente, decidimos ir al Monkey Temple, que se encontraba en lo alto de una colina, y por lo tanto nos toco subir monte y miles de escaleras.


Llegamos exhaustos, sensación que se diluyó al ver el paisaje que se presentaba ante nosotros: Delante, una estupa vigilante con mirada penetrante; detrás, todo Kathmandú expandiéndose en el horizonte.    


Bajamos del templo por el segundo acceso que tiene, y cogimos un autobús clandestino con destino a Pasuphati.

Al llegar, los seguratas nos dijeron que la entrada eran 1000 rupias, equivalente a 10€, precio que pagamos por ver el Taj Mahal.

Obviamente, lo que se veía desde lejos, no tenía comparación con la maravilla del mundo y nos pareció un timo. Decidimos entonces, buscar rutas alternativas para colarnos.

En ello andábamos cuando un personaje se acercó y nos dijo que él nos colaría por un módico precio, y que además haría de guía.

Aceptamos y fue un acierto. Nos condujo al interior del recinto por otro camino (luego nos enteramos que realmente al recinto de pago en sí no entramos) y la situación que se dio fue muy graciosa.
Él iba delante, y nos pidió que le siguiéramos pero a unos cuantos metros de distancia, para que no nos vinculasen con él.



Le seguíamos, pero descojonándonos, era totalmente surrealista, parecía que fuéramos a comprar 10 Kg de coca…

Dentro del recinto, comenzó a darnos explicaciones sobre el hinduismo y el budismo; información muy interesada y bien explicada.

Nos presentó también a sus colegas monjes: señores con largas rastas y en taparrabos. Pero ninguno le llegaba a los talones al Iron Man, un señor pintado de gris metálico y con calzoncillos de metal, por voto de castidad.

Como última parada, vimos las incineraciones dentro del recinto, a la orilla del río que atravesaba la fortaleza. Muy parecido a los del Ganges.

Era ya de noche, y el trayecto al hotel era muy largo, por lo que decidimos coger un taxi, y ahí nos fuimos los 6 metidos en un coche enano en el que no entrábamos, subiendo cuestas insufribles para el coche,  que iba forzado y con el motor gimiendo.

El último día de Kathmandú lo dedicamos a ir a Baktaphur, una ciudad medieval de lo más bonita y con mucho encanto. Tenía muchos templos, esculturas y detalles sofisticados.



Acudimos también a una escuela de arte, donde pudimos ver alumnos aventajados creando verdaderas obras de arte.

lunes, 24 de junio de 2013

Calcuta

Cogimos un rickshaw para llegar a la estación de trenes y coger el último tren que nos dejaría en nuestro último destino indio: Calcuta.

Salimos a la calle a las 3:30 de la madrugada y a pesar de que en las cercanías de nuestro hotel no había nadie, a medida que nos acercábamos a la estación, vimos calles concurridas y comprobamos que la ciudad de Varanasi, nunca duerme.

El tren debía de salir a las 5:30, pero se demoró muchísimo, y terminamos subiéndonos a él a las 9 de la mañana. 3,5 horas tirados en la estación contemplando el tránsito de la gente; al menos nos consoló que viajamos en 1ª clase a todo confort. En cuanto subimos, cogimos cama y nos echamos una pequeña siesta.

Cuando llegamos a la impresionante y elegante estación de Calcuta, ya era de noche. Negociamos un taxi clandestino y partimos hacia el hotel, puesto que el albergue que nos alojaría, tenía cierre a las 22:00.

Al llegar al hotel comprobamos que mucho inglés no sabían. Preguntamos si existía wifi, y nos dijeron que si pero con un horario un poco extraño: de 10 de la mañana a 9 de la noche; y al preguntarles por el password  nos contestaron: yes, yes... Conclusión, que a saber que nos entendieron, porque ahí, no había servicio de internet.

Al día siguiente, visitamos los monumentos más importantes de la ciudad, la herencia británica. 

Primero pasamos por la iglesia de St. Paul y luego vimos el Palacio en memoria de la reina Victoria. Este último era impresionante, tanto por el edificio en sí, como por sus jardines.



Dentro del palacio, gozamos de cuadros, esculturas y lecciones de historia.
Fue gracioso ver que los seguratas no permitían acercarse a los cuadros, pero en cambio no les molestaba que un pájaro hubiera hecho un nido en un alfeizar entre cuadros.



A la salida del palacio, observamos la estatua dedicada a Indira Ghandi y decidimos ir a la oficina de turismo, para pedir el permiso de entrada al Marble Palace.

En busca de esta oficina comenzó la que sería nuestra rutina en esta ciudad: andar de una lado a otro como pollos mareados por las contradicciones en las señalizaciones que nos daban los viandantes.

Preguntábamos a uno y nos mandaba a la izquierda. Después de 100m volvíamos a preguntar y nos mandaban a la derecha. Nadie tenía ni puta idea, pero en vez de decírtelo, preferían inventarse algo... y es que amigos, india es un país donde la imaginación prevalece ante todo.



Al fin encontramos la oficina, y tras conseguir el permiso y comer, nos dirigimos hacia la casa de Teresa de Calcuta.

Volvimos a patear y a patear, en rumbos equivocados muchas veces, y cuando llegamos a la casa, era la hora de cerrar. Sin embargo, las monjas nos permitieron entrar y alargar nuestra visita fuera del horario permitido.

Pudimos ver el que fue el hogar de esta caritativa señora y la que fue su última alcoba. También nos paseamos por el pequeño museo en el que contaba su vida e historia, ilustrado con imágenes y artículos personales. Para finalizar, vimos su tumba, que se encuentra en una de las habitaciones del recinto.

A la salida, fuimos a buscar el New market y la Clock Tower, que resultó ser un chasco. Nada atractivo, aunque el mercado tenía algo de gracia.

Cercano a la torre, había un restaurante español donde pudimos degustar croquetas, pan-tomaca y tortilla de patatas entre otros.
Una delicia para hambrientos peregrinos que llevaban 4 meses sin probar gastronomía hispana.



El segundo día no tuvo gran cosa. Empezamos con la casa de Tagore, un artista contemporáneo indio local. Su choza era impresionante y pasamos gran parte de la mañana recorriendo sus salas que ahora son museos.
No había nadie más, y parecía que el museo lo habían abierto solo para nosotros. Tenía objetos personales de Tagore, algunos poemas y varios cuadros, además de fragmentos informativos de su vida.

Después de esta visita, fuimos a ver las otras recomendaciones de la guía que eran: sinagogas, iglesias mezquitas y los ghats.

Ninguna tenía nada especial, excepto los ghats. Los ghats, eran mucho más pobres a los que habíamos visto con anterioridad, y nos sirvió para llevarnos una estampa de la india que está una poco más alejada de la alegría.



El último monumento que nos quedaba por ver ese día, fue el de Lenin. Una estatua que vimos a lo lejos, ¡y tan a lo lejos! puesto que el parque estaba vallado y no permitían su entrada. Así que supimos que era Lenin porque lo ponía en la imagen ya que alejados como estábamos, poco pudimos distinguir.

El tercer día, acudimos al Marble Palace donde nos dijeron que había una fiesta privada y que no podíamos entrar; que volviésemos más tarde.
Para hacer tiempo, algunos fuimos a un templo donde degollaban cabras y otros al planetario.

Nos volvimos a juntar en el palacio del mármol a la hora pactada. El segurata nos pidió el permiso y nos dijo que a la salida le tendríamos que dar propina. ¿Propina de qué? ¡Por pedir qué no falte!

Los jardines que rodean el palacio, son espectaculares, una maravilla que hasta tienen un zoo propio con pájaros, ciervos, monos y algún que otro animal.  



El interior también es magnífico, lástima que un guía que se autocontrata es obligatorio y te chafa la visita. No te permite ver las cosas con tranquilidad, te mete presión para cambiar de habitación, y las explicaciones que da son una basura: esto es un jarrón chino, este es un jarrón romano...

No te me hernies y no me expliques de que época son ni me digas qué valor tienen todo lo demás que nos rodea, que es bastante más imponente que un maldito jarrón, no vaya a ser que te de un infarto.

A la salida, el guardia estaba despistado, por lo que aprovechamos a salir pitando para no tener que darle ni un duro.

Para pasar la tarde, decidimos ir a visitar un palacio que se encontraba al otro lado del río. Para ello, tuvimos que patear mucho hasta llegar al embarcadero y por el camino nos encontramos con Avatar.


Una vez en la plataforma para coger el ferry, nos sorprendimos ya que cuando llegó el barco nadie colocó ninguna escalera ni apoyo para subir al barco. Fue auténtico ver a la gente empujándose como siempre, y subiéndose por los salvavidas amarrados en los barcos.

Ya en la otra orilla, comenzó a llover, la primera tormenta que tuvimos en el viaje y al oscurecerse el cielo, decidimos que era mejor regresar al centro y pasarnos por el restaurante español por última vez antes de volver a adentrarnos en las gastronomías místicas de estos países.

Así nos despedimos de Calcuta, la que era nuestro punto de salida de la India, nuestro último destino en este mágico país.

La ciudad en sí no tenía mucho que ver es aspectos turísticos. Fue diferente a las ciudades que habíamos visto anteriormente, pero agradecimos mucho patear sus calles y perdernos entre sus laberintos.

Tiene fama de ser una ciudad muy pobre. No sabemos si es que ha prosperado en los últimos años o es que se nos ha anestesiado el cerebro después de 4 meses.

Recorrimos los barrios ricos, donde había aceras, los coches circulaban con orden y los sarees no existían puesto que las mujeres vestían como los occidentales; pero también anduvimos por los barrios menos afortunados, donde muchas de las casas están hechas de adobe, y a pesar de ver gente pidiendo, no se mascaba ese sufrimiento ni pobreza que pensábamos encontrar.

No obstante, también es verdad que hemos visto alguna de las cosas más impactantes, como gente bañándose en desagües en medio de la calle, tanto de día como de noche.


Sí, era visible otro tipo de pobreza, mucho menos importante pero apreciable en cada rincón de la ciudad. Calcuta había sido la capital del país, y fue regentada por los mandamases británicos; cosa que hizo que se invirtiera muchísimo dinero en la ciudad.

En aquellos tiempos, la ciudad prosperó y se erigieron grandiosas construcciones, dignas de contemplación.
Sin embargo, llego un día en el que el dinero se acabó, y se dejó de alimentar aquellas edificaciones dejándolas a su suerte.

Hoy, los cimientos de aquellos inmuebles, se tambalean y amenazan con demolerse en la inmundicia y la dejadez.




Al día siguiente, empaquetamos las mochilas, y fuimos en busca de algún rickshaw o taxi que nos acercara al aeropuerto para coger el avión destino Kathmandú, Nepal.

A parte de la escasez de vehículos que pasaban, los precios que nos ofrecían eran desorbitados. Un chico muy amable, se acercó y se ofreció a ayudarnos guiándonos hasta el autobús que te dejaba en el aeropuerto a un precio irrisorio.

Un chaval de lo más amable, que le estamos realmente agradecidos. Al preguntarnos a dónde íbamos y decirle que a Nepal, nos contestó que él era de ahí...nuestra aventura en el segundo país, ¡comenzaba en ese mismo instante!

Pero no nos gustaría despedir esta entrada sin decirle agur a este país llamado India que ha sido nuestro hogar durante 5 meses y que tanto nos ha enseñado.

Hemos disfrutado mucho de ti, y hemos aprendido mucho, en todos los ámbitos de nuestra vida.

¡Besarkada handi bat eta hurrengo arte India!