Llegamos
a Delhi a eso de las 6 de la mañana. Debido a la estrechez e incomodidad de los
compartimentos, no dormidos prácticamente nada y teníamos la mente nublada.
Según nos
bajamos, un ejército de rickshaws, vino a abordarnos y a ofrecerse a llevarnos
a precios astronómicos. Fatigados, estuvimos a punto de acceder al timo, sin
embargo, en el último momento, reaccionamos y sacamos el móvil para comprobar
la distancia en Google Maps. ¡Menuda putada les han hecho los GPS a estos
canallas!
Vimos
en el mapa que existía la posibilidad de ir en metro y así lo hicimos.
El
hotel se encontraba en una callejón del Main Bazaar y a pesar de que el lugar
diese un poco de miedo al principio, el
hotel estaba muy bien.
En el
camino un indio empezó a hablarle a Ruiz y muy contento de tener un amigo
blanco le invitó a un té. Mientras, los demás entramos a los cuartos para
descubrir la cama triple.
Aconsejados
por el nuevo amigo de Ruiz, fuimos a la agencia de información de turistas a
coger mapas y a informarnos sobre qué ver.
Nos
dijeron que el transporte en Rajasthan era muy malo y terminamos, tras
meditarlo mucho, cogiendo un taxi para hacer todo el tour.
Ese
mismo día, en taxi ya, empezamos el tour por la ciudad con Kummar, un taxista
de lo más majo.
Descubrimos
que Nueva Delhi, era algo totalmente diferente a el resto de la India:
ordenado, verde, con carreteras asfaltadas y respetándose los carriles de
conducción, sin pitidos ni bocinazos.
Entre estos
paisajes y tranquilidad contemplamos varios edificios gubernamentales, la casa
del rey, algunos parques y Indian Gate.
Vimos
el monumento a Gandhi. Tuvimos la bonita idea de subirnos a él, y un militar
vino acompañado de perros que ferozmente ladraban, para indicarnos que eso no
era posible.
Visitamos
el templo de Lakshmir y nos encontramos con unos madrileños. Nos preguntaron si
llevábamos mucho tiempo en la India y les dijimos que sí, que estábamos estudiando
aquí desde enero; a la misma pregunta, ellos respondieron que un poco, que
llevaban 15 días en Bangok.
A la
hora de comer, el taxista nos llevó a un restaurante etíope. Nos pareció caro y
decidimos no comer ahí. Fue gracioso ver al manager seguido de los camareros
detrás de nosotros, suplicando que no nos fuéramos: What’s the problema? The
food is good!
La cosa
es que terminamos en otro restaurante muy bueno, pero muy caro (dentro de
nuestro ajustado presupuesto, claro está), donde compartimos un plato entre
todos. Delicioso y…escaso. Pero nos reímos un rato, que al final es lo que
cuenta. La buena compañía siempre hace que la comida sea más copiosa.
Por la
tarde visitamos el Fuerte de Delhi. Muy bonito, pero se nos hizo insoportable
por la cantidad de indios que vinieron a sacarse fotos con nosotros, a
filmarnos y a fin de cuentas, a molestarnos.
Encontramos
de todo, desde los que amablemente pedían una foto que siempre terminaban
siendo 5, hasta los sinvergüenzas que se ponían al lado tuyo sin permiso, te
acosaban y no paraban de darle al click por mucho que tu dijeras que era la
última.
Nos
llegó a irritar mucho puesto que íbamos con audio-guías y cada 2 minutos, venía
alguien a importunarnos y a no dejarnos escuchar. Ser famoso…no es divertido.
Al atardecer
nos acercamos a la mezquita más grande de Asia, pero no nos dejaron entrar por
ser tarde ya. Decidimos patearnos las callejuelas de alrededor. Un acierto,
puesto que eran muy auténticas.
Oscuras
y un poco tenebrosas, eso sí, pero nadie nos atosigaba ni con miradas ni
preguntas mientras paseábamos
contemplando las fachadas, las tienditas y el espectacular tendido eléctrico/telefónico:
una maraña increíble de cables.
Ya de
noche, nos tocó ir a cenar. La verdad es que Delhi, por la noche se transforma.
Tal vez todo lo que vimos, entre ello pobreza y locura que impacta mucho, este
presente de día también, pero por la noche parece resaltar más.
Tal vez
por la mañana también haya mucha gente pidiendo y pasando el día en el suelo,
pero ver cantidad de gente, centenares, amontonándose en la calle para dormir
juntos a la intemperie, es algo que se te queda grabado y te hace pensar en lo
afortunado que eres.
De
camino al restaurante, notamos que un personaje nos seguía. Fuéramos a donde
fuéramos, él, estaba ahí. En una de estas, vimos que blandía un objeto que se
asemejaba a una navaja, objeto punzante al menos, y se lo colocaba a un joven
que estaba de espaldas. Le pedía dinero y este se lo daba. Fuimos conscientes de
que seríamos sus próximas víctimas: 6 blanquitos cargados con muchos más que 4
monedas.
Pedimos refugio en una tienda, y al señalarle y mostrarle quien era el atracador, nos dijeron que estuviésemos tranquilos, que no era nada más que el inofensivo loco del pueblo.
Debía ser
verdad, porque todo el mundo le conocía, y la “navaja” parece que simplemente
era un trozo de plástico con forma punzante.
Después
de esta aventurilla y de haber cenado no muy bien, regresamos al hotel.
Al día
siguiente, la primera parada fue la mezquita. Nos obligaron a ponernos unos
trapos como faldas, no fuera que nuestros tobillos y pantorrillas provocasen
erecciones a nuestros pasos.
Luego,
nos costó mucho, pero al final encontramos el lugar dónde mataron a Gandhi.
Pudimos ver la que fue su última residencia, su última habitación, y pudimos
recorrer su pasos hasta llegar al punto en el que el destino le hizo
encontrarse con la muerte.
El piso
de debajo de la mansión, es un museo con fotografías, historia y anécdotas del “Father
of our Nation”. Arriba, hay un fantástico museo tecnológico para pequeños y no tan
pequeños; una amena manera de aprender sobre Ghandi, la Historia y ya de paso
flipar con las cosas que se hacen hoy en día con la tecnología.
Antes
de marcharnos, el guía del museo, hizo hincapié en una porquería de maqueta de
tren: Gandhi viajó en uno de estos.
Con
todo lo que había para ver y se centra en esa mierda sin sentido, y además,
hizo que una mujer que se encontraba en la cabina del tren, tuviera que salir. No
aguantábamos la risa.
Así
pasamos la mañana y tras dar muchas vueltas, encontramos un restaurante
asequible. Comimos, dimos más vueltas, y para cerrar el día, que se empezaba a
hacer tarde, fuimos al palacio de Akshardham; un palacio reciente, pero increíblemente
ostentoso e impactante.
Suponemos que lo habrán hecho con moldes y no habrá sido ni tan costoso ni laborioso como lo eran los antiguos, pero aún así, es algo muy digno de ver.
Suponemos que lo habrán hecho con moldes y no habrá sido ni tan costoso ni laborioso como lo eran los antiguos, pero aún así, es algo muy digno de ver.
Para finalizar
el día, fuimos a cenar. Ruiz decidió probar un strawberry milkshake.
Alejo, como buen ingeniero, creo una pajita de 1m, y se decidió probar de un
extremo de la mesa, el batido de Ruiz que estaba en el otro extremo. Error muy
grave, puesto que al día siguiente, la diarrea decidió hacerles a ambos una
visita.
La foto de las falditas ... impagable.
ResponderEliminarEl aspecto de "tubo" de Juan ... im-presionante. Todavía me estoy limpiando las lágrimas de la risa. Un consejo Juan: si tienes hijos ... no les enseñes la foto. Auténtica.
Yo me dejaba de tanto polo y sudadera y encargaba unas faldas oficiales del Easo, íbamos a estar monísimos todos
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