lunes, 17 de junio de 2013

Delhi



Llegamos a Delhi a eso de las 6 de la mañana. Debido a la estrechez e incomodidad de los compartimentos, no dormidos prácticamente nada y teníamos la mente nublada.

Según nos bajamos, un ejército de rickshaws, vino a abordarnos y a ofrecerse a llevarnos a precios astronómicos. Fatigados, estuvimos a punto de acceder al timo, sin embargo, en el último momento, reaccionamos y sacamos el móvil para comprobar la distancia en Google Maps. ¡Menuda putada les han hecho los GPS a estos canallas!

Vimos en el mapa que existía la posibilidad de ir en metro y así lo hicimos.

El hotel se encontraba en una callejón del Main Bazaar y a pesar de que el lugar diese un poco de miedo al  principio, el hotel estaba muy bien.

En el camino un indio empezó a hablarle a Ruiz y muy contento de tener un amigo blanco le invitó a un té. Mientras, los demás entramos a los cuartos para descubrir la cama triple.

Aconsejados por el nuevo amigo de Ruiz, fuimos a la agencia de información de turistas a coger mapas y a informarnos sobre qué ver.
Nos dijeron que el transporte en Rajasthan era muy malo y terminamos, tras meditarlo mucho, cogiendo un taxi para hacer todo el tour.


Ese mismo día, en taxi ya, empezamos el tour por la ciudad con Kummar, un taxista de lo más majo.
Descubrimos que Nueva Delhi, era algo totalmente diferente a el resto de la India: ordenado, verde, con carreteras asfaltadas y respetándose los carriles de conducción, sin pitidos ni bocinazos.

Entre estos paisajes y tranquilidad contemplamos varios edificios gubernamentales, la casa del rey, algunos parques y Indian Gate.

Vimos el monumento a Gandhi. Tuvimos la bonita idea de subirnos a él, y un militar vino acompañado de perros que ferozmente ladraban, para indicarnos que eso no era posible.



Visitamos el templo de Lakshmir y nos encontramos con unos madrileños. Nos preguntaron si llevábamos mucho tiempo en la India y les dijimos que sí, que estábamos estudiando aquí desde enero; a la misma pregunta, ellos respondieron que un poco, que llevaban 15 días en Bangok.



A la hora de comer, el taxista nos llevó a un restaurante etíope. Nos pareció caro y decidimos no comer ahí. Fue gracioso ver al manager seguido de los camareros detrás de nosotros, suplicando que no nos fuéramos: What’s the problema? The food is good!

La cosa es que terminamos en otro restaurante muy bueno, pero muy caro (dentro de nuestro ajustado presupuesto, claro está), donde compartimos un plato entre todos. Delicioso y…escaso. Pero nos reímos un rato, que al final es lo que cuenta. La buena compañía siempre hace que la comida sea más copiosa.

Por la tarde visitamos el Fuerte de Delhi. Muy bonito, pero se nos hizo insoportable por la cantidad de indios que vinieron a sacarse fotos con nosotros, a filmarnos y a fin de cuentas, a molestarnos.
Encontramos de todo, desde los que amablemente pedían una foto que siempre terminaban siendo 5, hasta los sinvergüenzas que se ponían al lado tuyo sin permiso, te acosaban y no paraban de darle al click por mucho que tu dijeras que era la última.



Nos llegó a irritar mucho puesto que íbamos con audio-guías y cada 2 minutos, venía alguien a importunarnos y a no dejarnos escuchar. Ser famoso…no es divertido.

Al atardecer nos acercamos a la mezquita más grande de Asia, pero no nos dejaron entrar por ser tarde ya. Decidimos patearnos las callejuelas de alrededor. Un acierto, puesto que eran muy auténticas.
Oscuras y un poco tenebrosas, eso sí, pero nadie nos atosigaba ni con miradas ni preguntas  mientras paseábamos contemplando las fachadas, las tienditas y el espectacular tendido eléctrico/telefónico: una maraña increíble de cables.



Ya de noche, nos tocó ir a cenar. La verdad es que Delhi, por la noche se transforma. Tal vez todo lo que vimos, entre ello pobreza y locura que impacta mucho, este presente de día también, pero por la noche parece resaltar más.

Tal vez por la mañana también haya mucha gente pidiendo y pasando el día en el suelo, pero ver cantidad de gente, centenares, amontonándose en la calle para dormir juntos a la intemperie, es algo que se te queda grabado y te hace pensar en lo afortunado que eres.

De camino al restaurante, notamos que un personaje nos seguía. Fuéramos a donde fuéramos, él, estaba ahí. En una de estas, vimos que blandía un objeto que se asemejaba a una navaja, objeto punzante al menos, y se lo colocaba a un joven que estaba de espaldas. Le pedía dinero y este se lo daba. Fuimos conscientes de que seríamos sus próximas víctimas: 6 blanquitos cargados con muchos más que 4 monedas.

Pedimos refugio en una tienda, y al señalarle y mostrarle quien era el atracador, nos dijeron que estuviésemos tranquilos, que no era nada más que el inofensivo loco del pueblo.
Debía ser verdad, porque todo el mundo le conocía, y la “navaja” parece que simplemente era un trozo de plástico con forma punzante.
Después de esta aventurilla y de haber cenado no muy bien, regresamos al hotel.

Al día siguiente, la primera parada fue la mezquita. Nos obligaron a ponernos unos trapos como faldas, no fuera que nuestros tobillos y pantorrillas provocasen erecciones a nuestros pasos.



Subimos a la torre y pudimos contemplar una vista de la ciudad que realmente está muy bien.


Luego, nos costó mucho, pero al final encontramos el lugar dónde mataron a Gandhi. Pudimos ver la que fue su última residencia, su última habitación, y pudimos recorrer su pasos hasta llegar al punto en el que el destino le hizo encontrarse con la muerte.




El piso de debajo de la mansión, es un museo con fotografías, historia y anécdotas del “Father of our Nation”. Arriba, hay un fantástico museo tecnológico para pequeños y no tan pequeños; una amena manera de aprender sobre Ghandi, la Historia y ya de paso flipar con las cosas que se hacen hoy en día con la tecnología.

Antes de marcharnos, el guía del museo, hizo hincapié en una porquería de maqueta de tren: Gandhi viajó en uno de estos.
Con todo lo que había para ver y se centra en esa mierda sin sentido, y además, hizo que una mujer que se encontraba en la cabina del tren, tuviera que salir. No aguantábamos la risa.

Así pasamos la mañana y tras dar muchas vueltas, encontramos un restaurante asequible. Comimos, dimos más vueltas, y para cerrar el día, que se empezaba a hacer tarde, fuimos al palacio de Akshardham; un palacio reciente, pero increíblemente ostentoso e impactante. 
Suponemos que lo habrán hecho con moldes y no habrá sido ni tan costoso ni laborioso como lo eran los antiguos, pero aún así, es algo muy digno de ver.

Para finalizar el día, fuimos a cenar.  Ruiz  decidió probar un strawberry milkshake. Alejo, como buen ingeniero, creo una pajita de 1m, y se decidió probar de un extremo de la mesa, el batido de Ruiz que estaba en el otro extremo. Error muy grave, puesto que al día siguiente, la diarrea decidió hacerles a ambos una visita.  

2 comentarios:

  1. La foto de las falditas ... impagable.
    El aspecto de "tubo" de Juan ... im-presionante. Todavía me estoy limpiando las lágrimas de la risa. Un consejo Juan: si tienes hijos ... no les enseñes la foto. Auténtica.

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    1. Yo me dejaba de tanto polo y sudadera y encargaba unas faldas oficiales del Easo, íbamos a estar monísimos todos

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