viernes, 21 de junio de 2013

Udaipur


De camino a Udaipur, paramos en el camino a ver unos asombrosos templos hinduistas de color blanquecino. Tallados en piedra, nos descubrieron en su interior, numerosas esculturas y tallas. Muy bonitos y dignos de ver. 


Lo malo de ellos, era que fueron muy quisquillosos con la entrada: no móviles, no cuero, no pantalones cortos…así que tuvimos que alquilar unos pantalones de hospital. Entramos un poco mosqueados, porque al final, todo es una forma de sacarte los cuartos, pero bueno, la causa lo mereció.
Llegamos a Udaipur, y antes de pasar por el hotel, hacemos parada en los jardines que el Marajá hizo construir a sus mujeres. Bonito regalo, puesto que era un lugar agradable y apacible para descansar y charlar. No era ninguna maravilla, ni tenía nada especial aunque no estaba mal. 


Bueno, sí tenía algo de especial en su interior: un meuseo científico. La mayor basura de museo que hemos visto, aunque pudimos contemplar un aligátor. 
Tras pasar por el hotel, decidimos ir al lago. La ciudad está construida a lo largo del lago, pero no sé puede recorrer las orillas, puesto que no hay camino que lo permita. Comentar que el agua estaba muy sucia, una lástima.

Después de andar por la ciudad, nos acercamos al templo de Jagdish. Bastante malo, sobre todo, una vez vistos los que contemplamos por la mañana.
Sin embargo, había muchos monos, qué terminaron siendo la principal atracción, puesto que un local colocaba petardazos cerca de ellos, y cuando explotaban, estos salían espantados en manada como locos.



Antes de cenar, decidimos ir a ver el museo de coches. Una vez más, los coches, nos jugaron una mala pasada. Después de andar mucho, mucho, y ver como atropellaban a un perro que lloraba despavorido, llegamos al dichoso museo. 
Estaba alojado en el patio de un lujoso hotel. Teníamos la opción de coger entrada, entrada+cena o entrada+refresco. Teniendo en cuenta que el restaurante del hotel sería caro, dedujimos que la cena incluida en la entrada sería una escasa bazofia, por lo que optamos por el refresco.
“Yo tomaré una coca-cola”; “Yo prefiero un sprite”…estos comentarios rondaban nuestra mente, y cuando iban a salir por nuestra boca, se nos atragantaron, ya que el refresco ya estaba asignado: zumito de mango. ¡¡¡¡Iiiiuuuuuuuujjjjuuuuuuu!!!


Al día siguiente, nos despertamos y fuimos en busca de un buen lugar para desayunar: la comida más importante del día; y obedientes, desayunamos con fundamento: cereales, yogurth, tartas… en una cafetería que fue un acierto.
Llenos de energía, fuimos a ver el palacio. Contratamos a un guía muy majo, tal vez el mejor que hayamos tenido en el viaje, que combinó las explicaciones con algunos chistes machistas, como que la cocina era el gimmnasio de las mujeres. El palacio era una auténtica preciosidad con su arquitectura, esculturas, joyas, cuadros con perspectiva, salas de espejos para practicar el kamasutra como Shiva manda…


Muy impresionante también el retrete del marajá, un auténtico trono, y unas escaleras de mármol blanco tan puras, limpias y finas que era imposible no resbalarse.
En cuanto terminamos de ver el palacio, nos acercamos al havelí de la ciudad, pensando encontrarnos algo parecido a lo de Jaisalmer. Nada más lejos.



 Unas ruinas con poco encanto, y en la primera planta…sopresa…¡Marionetas!


Comimos y tuvimos una larga sobremesa incluyendo la siesta de algunos y un par de partidas largas al UNO.


La tarde la dedicamos a hacer algunas compras y a ver una pelea de perros donde unos 7, acorralaban a otro. Los locales no parecían asustarse, puesto que entraban en medio del corro que se produjo a pegar a los perros que agredían al otro.


2 comentarios:

  1. Ya me tenéis que contar si habéis utilizado un diario. Por cierto, siempre me acuerdo de las agendas Moleskine (http://store.moleskine.com). Las usaba Ernest Hemingway cuando tomaba apuntes de sus viajes y ... ¡vaaaaaaleeeeee me callo!.
    P.D.: las tenéis en Fnac, planta hacia la salida lateral.

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  2. Sí Juanmari, sí que llevábamos un diario con nosotros, ya que pensábamos que este viaje merecía quedar impreso para evocar a la memoria en el futuro, y menos mal que lo llevamos, puesto que estamos comprobando que la memoria es muy traicionera y que hay detalles que se olvidan con facilidad.

    En cambio nuestros cuadernos no eran tan lujosos como el de Hemingway. Nosotros nos conformamos con un cuaderno cualquiera...no somos tan sivaritas...jajaja

    Respecto al pastelillo...¡menuda cara de gilipollas se me quedó! Además tenías que haber visto como me lo trajo....¡como si fuera un preciado tesoro!

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