miércoles, 26 de junio de 2013

Kathmandú, Nepal



Nos bajamos del avión y un empleado del hotel nos esperaba con un cartelito. Según nos presentamos, nos colgó un collar de flores: namasté.



Al comenzar a poner nuestras mochilas en la baca del coche, un grupo de nepalíes nos ayudó. Supusimos que eran trabajadores del hotel, o del aeropuerto o simples transeúntes con mucha amabilidad.

Pero seguido nos pidieron propina y nos se conformaban cualquier cosa. La forma de pedírnosla además, fue bastante intimidatoria, ya que nos arrinconaban o encerraban en un círculo.

Resultó que no eran compañeros de nuestro chófer, sino una banda de estafadores que en cuestión de 2 minutos nos robaron con elegancia y sutileza.

Tras pasar por el hotel, fuimos a la oficina de viaje para finiquitar el último papeleo necesario para ir a Tibet y el jefe, Mikel, un euskadun muy majo asentado en Kathmandú, nos informó sobre que visitar los próximos días.  

Así pues, fuimos a visitar Durbar Square, una plaza en la que a partir de las 7 de la tarde no cobran por entrar. Mucho sentido no tiene que cobren, la verdad, ya que hay mil callejuelas sin controlar por las que te puedes colar.

La plaza estaba rodeada por antiguas edificaciones y algunos santuarios. Muy bonita la verdad.
También fue curioso ver que esta plaza, en el centro de la ciudad y una de las principales atracciones turísticas era una de las cunas de la pobreza de la ciudad, puesto que la mayoría de gente sin hogar vivía en ella. También vimos mucha gente aquí, bajo los efectos de la droga y el alcohol.

Al día siguiente, decidimos ir al Monkey Temple, que se encontraba en lo alto de una colina, y por lo tanto nos toco subir monte y miles de escaleras.


Llegamos exhaustos, sensación que se diluyó al ver el paisaje que se presentaba ante nosotros: Delante, una estupa vigilante con mirada penetrante; detrás, todo Kathmandú expandiéndose en el horizonte.    


Bajamos del templo por el segundo acceso que tiene, y cogimos un autobús clandestino con destino a Pasuphati.

Al llegar, los seguratas nos dijeron que la entrada eran 1000 rupias, equivalente a 10€, precio que pagamos por ver el Taj Mahal.

Obviamente, lo que se veía desde lejos, no tenía comparación con la maravilla del mundo y nos pareció un timo. Decidimos entonces, buscar rutas alternativas para colarnos.

En ello andábamos cuando un personaje se acercó y nos dijo que él nos colaría por un módico precio, y que además haría de guía.

Aceptamos y fue un acierto. Nos condujo al interior del recinto por otro camino (luego nos enteramos que realmente al recinto de pago en sí no entramos) y la situación que se dio fue muy graciosa.
Él iba delante, y nos pidió que le siguiéramos pero a unos cuantos metros de distancia, para que no nos vinculasen con él.



Le seguíamos, pero descojonándonos, era totalmente surrealista, parecía que fuéramos a comprar 10 Kg de coca…

Dentro del recinto, comenzó a darnos explicaciones sobre el hinduismo y el budismo; información muy interesada y bien explicada.

Nos presentó también a sus colegas monjes: señores con largas rastas y en taparrabos. Pero ninguno le llegaba a los talones al Iron Man, un señor pintado de gris metálico y con calzoncillos de metal, por voto de castidad.

Como última parada, vimos las incineraciones dentro del recinto, a la orilla del río que atravesaba la fortaleza. Muy parecido a los del Ganges.

Era ya de noche, y el trayecto al hotel era muy largo, por lo que decidimos coger un taxi, y ahí nos fuimos los 6 metidos en un coche enano en el que no entrábamos, subiendo cuestas insufribles para el coche,  que iba forzado y con el motor gimiendo.

El último día de Kathmandú lo dedicamos a ir a Baktaphur, una ciudad medieval de lo más bonita y con mucho encanto. Tenía muchos templos, esculturas y detalles sofisticados.



Acudimos también a una escuela de arte, donde pudimos ver alumnos aventajados creando verdaderas obras de arte.

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