Nos bajamos del avión y un empleado del hotel
nos esperaba con un cartelito. Según nos presentamos, nos colgó un collar de
flores: namasté.
Al comenzar a poner nuestras mochilas en la baca del coche, un grupo de nepalíes nos ayudó. Supusimos que eran trabajadores del hotel, o del aeropuerto o simples transeúntes con mucha amabilidad.
Al comenzar a poner nuestras mochilas en la baca del coche, un grupo de nepalíes nos ayudó. Supusimos que eran trabajadores del hotel, o del aeropuerto o simples transeúntes con mucha amabilidad.
Pero seguido nos pidieron propina y nos se
conformaban cualquier cosa. La forma de pedírnosla además, fue bastante
intimidatoria, ya que nos arrinconaban o encerraban en un círculo.
Resultó que no eran compañeros de nuestro
chófer, sino una banda de estafadores que en cuestión de 2 minutos nos robaron
con elegancia y sutileza.
Tras pasar por el hotel, fuimos a la oficina
de viaje para finiquitar el último papeleo necesario para ir a Tibet y el jefe,
Mikel, un euskadun muy majo asentado en Kathmandú, nos informó sobre que
visitar los próximos días.
Así pues, fuimos a visitar Durbar Square, una
plaza en la que a partir de las 7 de la tarde no cobran por entrar. Mucho
sentido no tiene que cobren, la verdad, ya que hay mil callejuelas sin
controlar por las que te puedes colar.
La plaza estaba rodeada por antiguas edificaciones
y algunos santuarios. Muy bonita la verdad.
También fue curioso ver que esta plaza, en el
centro de la ciudad y una de las principales atracciones turísticas era una de
las cunas de la pobreza de la ciudad, puesto que la mayoría de gente sin hogar vivía
en ella. También vimos mucha gente aquí, bajo los efectos de la droga y el
alcohol.
Al día siguiente, decidimos ir al Monkey
Temple, que se encontraba en lo alto de una colina, y por lo tanto nos toco
subir monte y miles de escaleras.
Llegamos exhaustos, sensación que se diluyó
al ver el paisaje que se presentaba ante nosotros: Delante, una estupa
vigilante con mirada penetrante; detrás, todo Kathmandú expandiéndose en el
horizonte.
Bajamos del templo por el segundo acceso que
tiene, y cogimos un autobús clandestino con destino a Pasuphati.
Al llegar, los seguratas nos dijeron que la
entrada eran 1000 rupias, equivalente a 10€, precio que pagamos por ver el Taj
Mahal.
Obviamente, lo que se veía desde lejos, no
tenía comparación con la maravilla del mundo y nos pareció un timo. Decidimos
entonces, buscar rutas alternativas para colarnos.
En ello andábamos cuando un personaje se
acercó y nos dijo que él nos colaría por un módico precio, y que además haría
de guía.
Aceptamos y fue un acierto. Nos condujo al
interior del recinto por otro camino (luego nos enteramos que realmente al
recinto de pago en sí no entramos) y la situación que se dio fue muy graciosa.
Él iba delante, y nos pidió que le
siguiéramos pero a unos cuantos metros de distancia, para que no nos vinculasen
con él.
Le seguíamos, pero descojonándonos, era
totalmente surrealista, parecía que fuéramos a comprar 10 Kg de coca…
Dentro del recinto, comenzó a darnos
explicaciones sobre el hinduismo y el budismo; información muy interesada y
bien explicada.
Nos presentó también a sus colegas monjes:
señores con largas rastas y en taparrabos. Pero ninguno le llegaba a los
talones al Iron Man, un señor pintado de gris metálico y con calzoncillos de
metal, por voto de castidad.
Como última parada, vimos las incineraciones
dentro del recinto, a la orilla del río que atravesaba la fortaleza. Muy
parecido a los del Ganges.
Era ya de noche, y el trayecto al hotel era
muy largo, por lo que decidimos coger un taxi, y ahí nos fuimos los 6 metidos
en un coche enano en el que no entrábamos, subiendo cuestas insufribles para el
coche, que iba forzado y con el motor
gimiendo.
El último día de Kathmandú lo dedicamos a ir
a Baktaphur, una ciudad medieval de lo más bonita y con mucho encanto. Tenía
muchos templos, esculturas y detalles sofisticados.
Acudimos también a una escuela de arte, donde
pudimos ver alumnos aventajados creando verdaderas obras de arte.
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