sábado, 22 de junio de 2013

Jaipur

Llegamos al hotel de Jaipur y el manager nos ofrece cambiar nuestras 3 habitaciones dobles, por un dormitorio de 4 personas para los chicos y una habitación doble para las chicas.
Como siempre andamos mirando la pela, decidimos aceptar la propuesta, pero el precio que nos ofrece no nos convence, puesto que por 100 rupias sólamente, nos interesaba mantener nuestra primera reserva.

Subimos entonces a la terraza del hotel y comenzamos a negociar el precio con el manager, explicándole que la rebaja debía ser mayor. Ya que con palabras no llegábamos a ningún acuerdo, decidimos tirar de servilleta y boli para explicarle los cálculos.
A pesar de no conseguir lo que queríamos, si que ajustamos más el precio.



La primera parada que realizamos fue en el observatorio. Resulta que el marajá era un apasionado de las estrellas, por lo que invirtió mucho dinero en el estudio de las mismas y mandó construir varias herramientas y edificios para su contemplación e investigación.

Aprovechamos a comprar el ticket para varios recintos. A pesar de tener los papeles de FRRO y la visa de estudiante, el taquillero no nos las aceptó, por lo que tuvimos que pagar un alto precio.

Sin embargo, en la siguiente parada, el palacio, fuimos más avispados y entregamos todo tipo de tarjetas, desde las de osakidetza, hasta las gazte-txartelas de los bancos.
En un momento, casi hubo más tarjetas que personas.
El taquillero se hizo un lio, y al final a pesar de no aceptar todas, si que conseguimos sacar varias entradas de estudiantes.


La casa palacio del marajá, no tenía mucho la verdad, y el calor axfisiante no ayudaba mucho que nuestra estancia fuera la más agradable. Sin embargo, en un patio central, había 4 puertas, representando las 4 estaciones que era magníficas y bellas de verdad.



Después fuimos al fuerte de Amber, que era impresionante al igual que grande. Una extensa muralla  que lo rodeaba y aún se mantenía en pie nos daba la bienvenida.




Cogimos audioguías, y fueron parte de la atracción, ya que no estaban narradas por gente española, sino por extranjeros hablando en castellano. Además, interpretaban a los diferentes elementos y estructuras del edificio, personificando así a parte de las murallas, puertas y habitaciones.




El paseo por el fuerte fue estupendo, aunque no estaba muy organizado y era fácil perderse e imposible de seguir la cronológica numérica de la audioguía.



De regreso al hotel, paramos para ver un palacio, cerrado a los turistas que se mantenía a flote en medio de un lago, y de ahí, Samyl, el chofer, nos secuestró y nos llevó a la tienda de su amigo a comprar pañuelos y demás telas.



Ya en el hotel, Samyl se despidió de nosotros, y fue una triste despedida, no porque ya no nos volveríamos a ver, si no porque el conductor nos pidió una propina desorbitada.

En el precio pactado con la agencia, se incluía todo: gasolina, transporte, paga del conductor...
por lo que no teníamos que darle propina alguna, sin embargo, decidimos dársela y su comportamiento, nos pareció muy feo.

Al día siguiente, fuímos al Hawamahal o Palacio de los Vientos, unos de los edificios más emblemáticos y característicos de Jaipur.
Tiene un color rosaceo, en honor a la ciudad a la que pertenece: Jaipur, la ciudad rosa.



Este palacio, fue construido para las mujeres del marajá, y debe su nombre a que su orientación, arquitectura y diseño, permitían la creación y flujo de corrientes de aire logrando así una temperatura cálida.

De ahí, partimos al fuerte de Nahargarh que estaba en lo alto de la ciudad, a diferencia del de Amber que se encontraba a las afueras.

Para llegar a él, tuvimos que subir por una larga cuesta serpenteante (supuestamente 2km) que nos brindó unas vistas alucinantes de la ciudad.



El fuerte en cambio, fue un poco decepcionante, ya que no tenía practicamente nada para ver.
Lo más interesante fue ver a unos indios sacarse fotos, y es que aquí todos posan como estrellas del celuloide. Además fuimos agasajados por los guardias, que nos ofrecían agua continuamente y durante toda la visita.



Después de comer, llegó la sobremesa, que se extendió muchísimo en la mesa del Mc Donalds, una de nuestras sedes oficiales, todo para hacer tiempo a la próxima sesión de cine.

Pero antes de acudir al cine, pasamos por una centenaria tienda de lassis (el batido de yogurth de aquí) que se situaba enfrente.  A parte de disfrutar del lácteo, hicimos un trabajo de investigación en el que estimamos los beneficios que sacaría el comerciante.
Para ello, estuvimos importunando cada 2x3 al vendedor y Ainara incluso entro en la tienda para ver como lo hacían y comprobar la temperatura del local.
Los indios nos miraban incrédulos: ¿es que estos blanquitos no tienen otra cosa que hacer?
Por una vez, los molestos interrogadores eramos nosotros.

El cine de Jaipur es espectacular, y la peli que vimos más. Pero vayamos por partes.
La ante sala es enorme, y decorada a todo lujo, muy parecida a los lujosos teatros europeos.
Los asientos des establecimiento, aunque eran un poco viejos, eran confortables y reclinables, con bastante espacio para estirar las piernas, y la pantalla, era gigantesca, la envidia de los cuchitriles que solemos frecuentar.


Respecto a la película, decir que estaba en hindi, pero que eso no nos presentó ningún problema para entender el argumento: violencia en estado puro.
Estaba bastante bien hecha, pero un consejo a los directores indios: los efectos sonoros hay que mejorarlos, los de dibujos animados, no son los más adecuados.

Comentar también que la cola para coger las entradas era larguísima, por no comentar que también era poco civilizada puesto que los indios se amontonaban y empujaban. Es por ello que mandamos a Ainara a la cola de mujeres, que estaba desierta, a comprar entradas para todos.
Las entradas resultaron muy curiosas: un papelito escrito a mano con bolígrafo en el que se indicaba el número de personas y la sesión a la que se acudiría.

Emocionados con la película, regresamos al hotel a reponer las energías para afrontar el siguiente y último día en Jaipur.

Al día siguiente decidimos intentar colarnos en el Albert Hall con las entradas del primer día que solamente tenían validez para los dos primeros.
Sin embargo, con toda naturalidad mostramos nuestros tickets y entramos.



El Albert Hall resultó ser un lugar muy bonito con un patio central fantástico, con unas paredes decoradas elegantemente con cuadros y esculturas.

Partimos seguido al templo de los monos que fue una basura. A la llegada vimos una pelea de monos y supusimos que habría muchos, en honor al nombre del lugar sagrado, pero nada más lejos de la realidad. Además las ruinas no tenían ningún atractivo; solo se salvaban las vistas desde lo alto.

Después nos dirigimos al Ganesh Temple, al que para llegar a sus puertas, había que subir "novecientasmil" escaleras. Eso sí, una vez arriba, disfrutamos de la elegancia de la imagen que se presenta ante tí en modo "vista pájaro".



Detallito del templo: tiene una enorme, pero realmente grande, esvástica pintada en la pared; la delicia de cualquier descerebrado; pero hay que dejar claro que aquí el simbolo del que se apropiaron los nazis, significa algo totalmente diferente, puesto que representa "buena suerte" entre otros.

Desde lo alto, vimos que el cenotafio se encontraba al lado, y nos apresuramos a verlo. El recinto se dividía en tres partes, que iban en aumento en términos de belleza.



En ellos, nos encontramos con dos personajes un tanto extraños: un argentino y un croata-santanderino.
A pesar de ser majetes, hicieron comentarios muy desagradables sobre el país, cosa que te sorprende, puesto que cuando vienes a India, tienes que saber que el país limpio no va a ser, además tuvieron una postura un tanto machista con las chicas.
Qué se le va a hacer, cosas de los viajes y cosas del mundo: a veces te encuentras con gente maravillosa y otras veces es el subnormal de turno quién te entretiene.



Una vez visto el recinto, regresamos al hotel para comer y coger el primer tren del viaje que nos llevaría a Agra y a su mágico Taj Mahal.
 




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